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22 de septiembre de 2009

Crítica: San Valentín Sangriento 3DFast food en 3D

FICHA TÉCNICA

T. ORIGINAL: My bloody Valentine 3D
AÑO: 2009

NACIONALIDAD: EEUU
DIRECTOR: Patrick Lussier
GUIÓN: Todd Farmer, Zane Smith (Remake: John Beaird, Stephen Miller)
MUSICA: Michael Wandmacher
REPARTO: Jensen Ackles, Jaime King, Kerr Smith, Kevin Tighe, Edi Gathegi, Tom Atkins, Betsy Rue, Megan Boone
PRODUCTORA: Lionsgate
GENERO: Terror
WEB OFICIAL: www.mybloodyvalentinein3d.com/



ARGUMENTO



La ciudad de Harmony está marcada por un sangriento suceso del pasado. Tom (Jensen Ackles), un minero inexperto, causó un accidente que le costó la vida a varios compañeros y dejó en coma a otro, Harry Warden. Cuando éste despertó, justo el día de San Valentín, asesinó a veintidós personas con una piqueta y después fue acribillado. Una década más tarde, Tom vuelve a Harmony para enfrentarse a sus miedos y recuperar a su ex novia. Sin embargo, un extraño asesino con casco de minero anda suelto clamando venganza.



TRAILER






CRÍTICA


Desconozco si a estas alturas ya alguien cree que cuando se perpetra un remake se busca aportar algo medianamente interesante a su predecesora, ya sea estética o artísticamente hablando. Para los crédulos que aún se aferren a esa nostálgica idea este nuevo San Valentín no añade al original más que lo que recita su título, es decir, la tridimensionalidad.

Basada en el slasher clásico de casi idéntico título, las escasas bondades de la ochentera (pocas, muy pocas) se repiten en un festival de piquetazos y mandíbulas voladoras sin ton ni son, en un guión tan previsible como cabe esperar (incluso el absurdo giro final del film es de manual) al servicio del divertimento del personal menos exigente. Eso sí, cumpliendo a la perfección con los preceptos del género en aquella década maravillosa: simplicidad argumental, sangre y casquería a manos del psicópata de turno debidamente uniformado para la ocasión, niñas guapas enseñando hasta la partida de nacimiento y que, por tanto, resultarán muertas, y héroes/ heroínas medio lerdos que regalan al público con una galería de caras guapas y sonoros gritos deudores de las más desgañitadas scream-queens de antaño.



Como estrella del desbarajuste protagoniza el televisivo sobrenatural Jensen "Winchester" Ackles, que, como su hermano en la pequeña pantalla Jared Padalecki, elige su salto al gran formato con una adaptación a los tiempos que corren de productos de género de cuestionable calidad y, por lo visto, con igual fortuna vista la pésima interpretación de ambos en sus respectivas cintas (en ésta el ídolo de hormonales gays y adolescentes se pasa prácticamente la película sosteniendo la misma expresión entre medio alelada, medio confundida, ya no sé si queriendo representar la fiel imagen del americano medio). Aunque poco tiene que hacer esforzarse para meterse en el bolsillo al espectador al que va dirigida esta producción, claro que ni tan siquiera los guionistas se proponen un mínimo el llegar a conseguirlo.


Parteneire regalo para la vista es Jamie King, actriz que parece estar especializándose en la materia en vista de su próximo papel en otra revisitación de un clásico tromero, El Día de la Madre. Aquí, novia despechada, abandonada abruptamente por su prometido Jensen, vive en la más absoluta de las confusiones cuando el desaparecido vuelve a casa por... San Valentín, conmemorando la matanza de rigor y despertando los recelos de la comunidad cuando los crímenes que acaecieron en el pasado se remozan salvajemente, es decir, blanco y en botella...


Y cierra el trío protagonista otro rostro conocido en estos artefactos, Kerr Smith, forjado en comedias románticas y terror para adolescentes, como tercero en discordia, agente de la policia local y actual pareja de la aflijida Sarah (Jamie King), a quien no le hace gracia que el antiguo gallo ronde de nuevo el corral, con el consabido antagonismo y el juego de la sospecha habituales.


Hasta aquí las piezas del juego que ya en si es simple: criminal ataviado con uniforme de minero se carga a todo bicho viviente para perpetrar una venganza que únicamente sigue viva en su enferma mente. Y es que Harry Warden (nuestro presunto psicópata) se hizo un hueco en panteón de asesinos psicóticos enmascarados en aquellos años ochenta en los que la conducta sexual libidinosa se cercenaba junto a la cabeza de tal improbo comportamiento, en los que nuestro querido Jason Voorhees, hermano bastardo del Myers que salía sólo a jugar la noche víspera de difuntos, perseguía a campistas indefensas para aplicarles una ración de masaje de machete, variante de la bayoneta utilizada por el romántico soldado Asesino de Rosemary, que con cada rosa dejaba un reguero de sangre a su paso.


La evolución, que no lo es tanto, de Warden


Y es que la vena resurreccionista del psicokiller slasheriano ha seguido tres vertientes bien marcadas y diferenciadas: una, aquella que ha retomado los parámetros del juego clásico deconstruyéndolos para dotar al nuevo producto de identidad propia sin dejar a un lado cierto sentido del humor, iniciada en los noventa por el maestro Wes Craven y su saga Scream, con ayuda del "genio" Kevin Williamson (ande andará, igual habrá que preguntárselo a Dawson), al que seguirían títulos deudores de aquella otra que con mayor o menor acierto irrumpiesen en taquilla, pero en los que las dosis de sexualidad, desnudo y hemoglobina se vieron reducidas a su mínima expresión (Un san Valentín de Muerte, también en la romántica fecha; Sé lo que Hicisteis el último Verano y posteriores secuelas; Cherry Falls, irreverente rescate del precepto púdico del espíritu tradicional del slash; Leyenda Urbana, la horrorosa Deep in the Woods y un etcétera no demasiado largo ya que dicha tendencia perdió fuelle al llegar la nueva década).


Paulatina y paralelamente otras dos tendencias han transitado por nuestras pantallas ofreciéndonos muestras de lo peor y lo más notable, que de todo ha de haber; por un lado la hornada de realizadores que han buscado una cierta renovación, muchas veces apuntando a una truculencia y visceralidad extremas, entre los que caben destacar títulos como Alta Tensión, Cry Wolf, Los Ojos del mal, La Casa de los Mil cadáveres, The Toolbox Murders, la interesante Laid to Rest o, desviándonos un tanto, Saw, Hostel o me atrevería a apuntar a la francesa A L'Intérieur, por citar unos cuantos ejemplos; por otro, y en esta nuestra película objeto de revisión casa a la perfección, las famosas "revisitaciones", "reinterpretaciones" o más anglosajonamente "remakes", mucho más prácticos y rentables la mayoría de ellos, en los que las productoras deciden actualizar y desempolvar viejas glorias (a veces no tanto) con la excusa, si es que han de argüir alguna, de dar a las nuevas generaciones su ración de carne picada, y nada más cierto, ya que la mayoría, salvo honrosas excepciones (léase una estupenda Las Colinas Tienen Ojos del joven Alexandre Ajá o ya menos el Halloween de Rob Zombie) son un fast food adolescente que buscan hacer su taquilla su primer fin de semana para después caer en el más de los impenitentes olvidos.


Y esa es la tónica que domina estos últimos años y que padeceremos los venideros (nunca le podremos estar lo bastante agradecidos a Michael Bay y su Platinum Dunes en su empeño por destrozar literalmente algunos de esas cintas que muchos recordamos nostálgicos), y a la que se suma el realizador de este San Valentin, un Lussier discípulo y acólito de Craven que ha mamado de este último su conformismo taquillero de sus últimas realizaciones/producciones, y que para más inri tendrá en su haber no dentro de mucho el honor de haber tridimensionalizado nada más y nada menos que, sí, por desgracia, a la encarnación del Mal por antonomasia, Michael Myers. Que no nos pase nada...


Un breve apunte para terminar: tenemos a Tom Atkins, el estupendo detective Ray Cameron de El Terror llama a su Puerta (Night of the Creeps, Fred Dekker 1986) y de tantas otras, en un breve pero jugoso (y tanto) papel. Y hasta aquí puedo escribir. Feliz San Valentín.




Pedro García

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