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24 de octubre de 2009

Crítica: The ChildrenLa Piel Dura

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FICHA TÉCNICA

T. ORIGINAL: The Children
AÑO: 2008
NACIONALIDAD: Gran Bretaña
DIRECTOR: Tom Shankland
GUIÓN: Tom Shankland (Historia: Paul Andrew Williams)
MUSICA: Stephen Hilton
REPARTO: Eva Birthistle, Freddie Boath, Raffiella Brooks, Stephen Campbell Moore, Jake Hathaway, William Howes, Eva Sayer, Jeremy Sheffield, Rachel Shelley, Hannah Tointon
PRODUCTORA: Vertigo Films / Screen West Midlands
GENERO: Terror



ARGUMENTO


Una tranquilas vacaciones navideñas familiares se convertirán en una pesadilla cuando los niños empiecen a cambiar de actitud hacia sus padres y a desarrollar extrañas habilidades.


TRAILER


CRÍTICA



Seres angelicales e inocentes en apariencia, demoníacos y malvados en su interior, así es la figura del niño en el cine de terror, un recurso de lo más efectivo a la hora de sobresaltar al incauto espectador en la sala de cine.


Si bien en los primeros años del género se prefiriese alejar a las tiernas criaturas de temas intocables como el satanismo o las posesiones diabólicas actualmente los réditos de las producciones con niño malvado son tan cuantiosos que se han convertido en el elemento básico de las más exitosas y escalofriantes producciones de terror.
Pequeños posesos, mutaciones maléficas, traumas infantiles y terroríficos secretos pueblan los rincones más oscuros del celuloide.

Hace la friolera de treinta y tres años un osado autor multidisciplinar uruguayo adaptó y presentó en el cine Proyecciones de Madrid la novela "Un Juego de Niños" de Juan José Plans, donde se planteaba una demoledora cuestión: ¿Quién Puede Matar a Un Niño? La pregunta que formuló Narciso Ibañez Serrador en aquel entonces ha sido replanteada y contestada en múltiples ocasiones, y ahora el realizador Tom Shankland no se piensa dos veces el contestar: para preservar mi integridad y sobrevivir, yo podría matar, sí.

Tomando como base la anodina Abrazo Mortal (The Children, Max Kalmanowicz 1980), donde un autobús escolar de regreso al hogar se ve afectado por una nube tóxica que transforma a sus infantiles pasajeros en zombies de uñas negras que abrasan con su abrazo a los incautos adultos, la cinta británica adopta una postura que, aunque con reticencias iniciales, es pareja: la aniquilación de los niños.



Este para nada tierno cuento de navidad comienza cuando dos parejas y sus respectivos hijos se reúnen en la casa de campo de una de ellas para pasar las vacaciones. Todo parece idílico: un bello paraje natural bordeado de bosques, apacible y nevado donde disfrutar con la familia el periodo de descanso. Sólo un pero: uno de los niños parece que comienza a sentirse enfermo, quizás un simple constipado o un brote de gripe, quien sabe, de seguro se le pasará. Pronto los demás pequeños comienzan a presentar parecidos síntomas, y lo que en principio se supone dolencia se torna en una extraña conducta de los niños hacia los adultos, tan atípica como mortífera, ya que su único objetivo será acabar con ellos...

Con total naturalismo y sin concesiones Shankland narra el dilema de unos padres y una hermana mayor que pasan por un proceso de negación y de posterior defensa de su integridad, exponiendo la cuestión sin miramientos, sin medias tintas, a veces, las menos, con una total crudeza y brutalidad extremas, aunque no llegando al extremo, conteniendo su impulso y dejando entrever en lugar de ser totalmente explícito...

La cuestión que planteasen clásicos del género como El Pueblo de los Malditos (Village of the Damned, Wolf Rilla 1960), la disyuntiva entre la lucha por la supervivencia y el amor incondicional y protector de los padres hacia sus hijos. Amor o defensa, esa es la cuestión.


La asepsia de los parajes nevados, su descarnada desolación y la sensación de aislamiento que se transmite en el film son otro de sus aciertos, construyendo un clima de extraña irrealidad, los elementos de una macabra fábula que poco a poco va deslizándose hacia su macabra moraleja. Porque según transcurren los minutos la lucha se recrudece, los comportamientos y las transformaciones físicas de los pequeños van siendo cada vez más evidentes (el extraño "virus" que les afecta deja asimismo secuelas somáticas en sus delicados cuerpecitos), lo inevitable sucede, lo pragmático se impone a lo sentimental, los zombies de corta estatura, niños perdidos de un Nunca Jamás de malignidad mortal que obedecen sólo a un deseo destructivo. Y como puente entre el estadío adulto y el infantil una joven adolescente, incomprendida por sus mayores, testigo y anunciadora del desastre, que se erigirá como elemento de cordura en el desenlace del film (¿o quizás no?).




Quizás el problema de este The Children que impide que estemos ante un ejercicio redondo sea que no acabe de arriesgar, de quedarse en el filo de la inquietud y el mero desasosiego, lo que en momentos se muestra explícitamente se torna en timidez y vergüenza, quizás para contentar a una colectividad más amplia de espectadores, o evitar el obtener una calificación más restrictiva para la película que menoscabase su carrera comercial. Dando como producto final un rutinario ejercicio de género con look de telefilm de sobremesa.



"Hay cosas que no deberían", una de las frases del libro de Plans que resumen perfectamente la aberrante y enajenada historia de The Children, parábola de los conflictos generacionales en el seno familiar, con un mensaje moralista de escaso calado gracias a la falta de implicación y valentía de su realizador, de su sutileza a veces incongruente.



Por tanto, en estos tiempos que corren en los que la presunción de culpabilidad (ya no de inocencia) y, por tanto, las penas impuestas son atenuadas dependiendo de la edad del delincuente, se torna la ley del menor como instrumento salvaguardador de la impunidad de multitud de actos que, aplicando la lógica, no quedarían sin merecido castigo, ya no al extremo ni aplicando la metodología del film, pero si de una manera bastante más acorde con el daño ejercido.



Después de la anterior declaración de principios sólo me queda decir: ¿os atrevéis a jugar con Los Niños?

Pedro García

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